EL APÓSTOL DE LAS VOCACIONES TARDÍAS: ¿UN SANTO PARA NUESTRO TIEMPO?
Hoy al recordar el 33 aniversario de la partida del padre Eusebio Menard a la Casa de Nuestro Padre Celestial, quiero hacerles descubrir al hombre-sacerdote que fue nuestro querido fundador y esta pequeña reflexión busca ser un instrumento que nos motive en nuestro trabajo vocacional.
Hablar del hombre-sacerdote Padre Eusebio Enrique Menard, O.F.M. nos lleva a explorar desde la percepción de sus hijos, los de la primera y la segunda hora, y la herencia que ha dejado para los nuevos miembros de la familia de los Santos Apóstoles que no lo conocieron.
Primeramente, descubrimos que fue un hombre muy controvertido. Algunos lo canonizan, otros lo critican y condenan, pero a nadie dejó indiferente. Esto ya nos dice que fue una auténtica vocación sacerdotal, a la manera del evangelio, Dios llama a los que no son especiales a los ojos del mundo.
Provenía de una familia católica, sencilla y trabajadora. El sexto hijo de una familia de once, dos mujeres y nueve hombres. Es allí donde aprende los fundamentos de su fe, que más tarde serán muy útiles en sus fundaciones . Muy joven comienza sus fundaciones: de hombres y mujeres, que ahora están diseminados en diez países. La misión de sus fundaciones: “Dar santos sacerdotes para la Iglesia”.
Más detalle
¡Desde sus fundaciones sus hijos van a dar una imagen del padre Menard!
Para algunos era un santo, siempre amando a los que estaban con problemas, especialmente sacerdotes que necesitaban ayuda, los llevaba a vivir en las casas de la familia de los Santos Apóstoles, aunque a veces estos serán quienes lo pagaran con acusaciones y traiciones, pero en el padre Menard solo habrá perdón y entendimiento, decía “me arrodillaré y besaré las manos que me acusan”.
Para otros un pecador, dirán cosas feas contra él, es juzgado negativamente, se mescla con pecadores, y ladrones, y vagos, en fin, los abandonados del mundo, todo es verdad, pero nuestro padre verá en ellos al mismo Jesús.
Para otros un padre, quien los ama sin condiciones, que los acompaña en su jornada vocacional, que se sacrifica para darles un techo y una casa donde ser formados, que los lleva al hospital si se encuentran enfermos, que les tolera si no rinden académicamente, que quiere que sean los misioneros de nuestro tiempo.
Para otros, un dictador, uno que no tolera los errores, exige allí donde no ha sembrado, los hace trabajar demasiado, no los entiende, siempre busca que sean perfectos, no les permite hacer lo que ellos sueñan. Pero olvidan que él es un sacerdote joven, sin ayuda, tiene que hacer todo, por ello se abre a los laicos, la mano que sostiene la suya, para seguir dando sacerdotes al mundo. Pero también el padre necesitaba madurar como ser humano y ser más tolerante, lo que lo hará cuando sea ya mayor, sus hijos verán en él a un abuelo que los ama entrañablemente.
Para otros, amigo de pecadores, sus tiempos libres, los tenía muy pocos, los dedica a buscarlos, a escucharlos, a mostrarles que hay otro camino para ellos, un camino de redención les decía “yo no te juzgo, Jesús también ha muerto por ti”. Y cuantos corazones hizo volver al camino del bien, cuantos ladrones y con vicios venían a convivir con sus seminaristas, y ellos aprendían a buscar a las ovejas descarriadas.
Para otros, demasiado generoso, confiaba demasiado en el ser humano, abusaban de su generosidad, literalmente le robaban, pero esto no le preocupaba a nuestro padre, le preocupaba su salvación, y decía que poco a poco van a aprender que Dios los ama más allá de sus defectos, porque ellos tienen la habilidad de robar el cielo, ellos nos precederán, repetía.
Para otros, amigo de los niños abandonados, los buscaba por las calles de Lima, cuanto juicio negativo e incomprensión de sus hijos espirituales. A los niños les hablaba del Reino de los Cielos, los bendecía, los alimentaba, los compraba pollo a la brasa para todos, les hacía tener un día maravilloso, aunque sea una vez al mes, y los niños cuando lo veían decían allá viene “nuestro padre el gringo loco”, es verdad era un padre loco de amor por su salvación.
Para los indigentes, especialmente los enfermos, un padre misericordioso, los escuchaba, curaba sus heridas, les llevaba alimentos, especialmente para los que tenían lepra, y para los abandonados y moribundos les creo un hogar, “el Hogar San Pedro”, y pedía a sus seminaristas que lavasen las llagas, curasen los corazones, solo entonces entenderían cuanto Dios nos amaba.
Para los que lo conocieron como seminaristas, un modelo a seguir, siempre pidiendo que perseveremos, hay mucho por hacer para salvar a nuestros hermanos, para llevar la Eucaristía, para predicar el Evangelio, para reconciliarlos con Dios, eres llamado porque Dios cuenta contigo, nos repetía.
Un gran predicador, sus misas eran toda una celebración llena de la presencia del Espíritu Santo, lleno de alabanzas y con fuego, salíamos transformados, listos para conquistar el mundo, que gran hombre de fe y esperanza.
¡Pero ninguno quedo indiferente ante su persona!
Este apóstol de las vocaciones tardías amaba formar sacerdotes, comprendía el misterio de la vocación sacerdotal, “es Jesús el que llama, no mira tus perfecciones, sino mira tu corazón”, repetía. Recomendaba no perder la esperanza, si la formación de una vocación sacerdotal tardaba aún más de cincuenta años, no deberíamos preocuparnos, porque todo tenía sentido cuando celebrase, aunque sea solo una sola misa en su vida, habremos cumplido nuestra misión.
Por todo esto nos recordaba que debemos formar muy bien las vocaciones que Dios nos envía, porque siempre estarán bajo el ojo crítico de personas negativas. Si no son bien formados criticarán todo, desde la comida, hasta los compañeros, finalmente las peores críticas las harán contra sus superiores, considerándolos los peores de todos. No debemos centrarnos solamente en los defectos de las personas, sino hay que aprender a ver sus cualidades, “aprendan a amar a tu prójimo completamente, con todos sus defectos, así como tú te amas con todos tus defectos”, nos repetía en su carta a los sacerdotes del 16 noviembre de 1981.
Cada mañana hay que encontrar al Señor, para vivir todo el día en la oscuridad de la fe. Para encontrar a otros, aprende primero abrir tus ojos. Aprende amar a los otros hasta desaparecer tú mismo, ese es el secreto de tu vocación nos repetía.
¿Qué me dices de nuestro fundador, era un santo de nuestro tiempo?
Muchas gracias, padre Eusebio Menard por lo que fuiste, por lo que dejaste, y por la misión que nos confiaste, tienes que seguir intercediendo por esta tu Obra de los Santos Apóstoles.
Juntos en el Señor Jesús,
Rev. P. Luis Luna BARRERA, MSA
Animateur général
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